Lance Armstrong ha hablado y, cuando lo hace, el ciclismo escucha. Para muchos se trata de un falso dios caído del olimpo ciclista por la mentira descubierta. Para otros, un campeón irrepetible a quien, cual Julio Cesar, su engreimiento, soberbia y autoritarismo le costó la traición de los mismos partícipes de la omertà corrupta de la que también eran cómplices. Armstrong fue durante sus años el dictador del pelotón internacional. Nada se movía sin su consentimiento. Vino a ser un dictador aceptado. Primero impuesto, luego elegido, como en la Roma clásica.
Se trasluce su intento de desenmascarar y atacar el poder del ciclismo, partícipe de su caída, frente al ciclista.
En sus recientes declaraciones se ha dirigido a los que ha llamado ‘verdaderos’ protagonistas de la película. Su fuerte personalidad le lleva a pretender erigirse nuevamente en su representante. En querer recuperar la confianza con la que oprimió a sus entonces compañeros profesionales. Se trasluce de sus palabras el intento de desenmascarar y atacar el poder de quienes dirigen el negocio del ciclismo, partícipes de su caída, frente a quien ciertamente es el verdadero artífice del negocio: el ciclista.
Enemigo en casa
Armstrong no desaprovecha oportunidad de saltar, periódica y estratégicamente, a los medios para contar su verdad o para salir al encuentro de la polémica que le interesa. En este caso, ha sido el revuelo causado con el enemigo en casa que, según Contador, tuvo en su director Bruyneell en el Tour del 2009. Después de defender que el madrileño fue el más fuerte, ha grabado un video desde su sofá para dirigir estratégicamente sus dardos a quien considera que le abandonaron a su peor suerte después de haberles hecho ganar mucho dinero. No sé cuál será la respuesta del colectivo ciclista.
Vacío de poder
Da la impresión de que no hay un líder como pudo ser el americano en su tiempo ni como Hinault en los ochenta, por no remontarnos a las leyendas de Merckx, Coppi o Anquetil. La falta de ese liderazgo claro dificulta la cohesión grupal y eso es una ventaja para los ASO, RCS, Unipublic y Flanders Classics. Las crisis mundiales, y esta es una, suelen dar oportunidad para que se erijan líderes o dictadores. Y Armstrong, que tiene el talento de la estrategia, no da puntada sin hilo y tiene una sed inacabable de venganza, con esta aparición interesada sueña forzar la idea imposible de ser esa hipotética figura.
Emperador
No conseguirá ese propósito. Siendo un hombre tan experimentado por los avatares de su vida de libro, no dudo que también sea consciente de la ensoñación. De no haber respuesta por parte del actual pelotón ciclista ya se dará por satisfecho y habrá conseguido su objetivo de saborear el éxito que no consiguieron arrebatarle: ser el Cesar omnímodo del pelotón de su época y el del respeto que se tiene entre los ciclistas a los retirados que fueron campeones. Armstrong guarda enmarcados sus siete maillots amarillos en el salón de su casa. Es cierto que fue desposeído de las siete coronas del Tour en Wikipedia pero no pudieron arrebatarle las siete pruebas de que aquello sucedió y de que durante una década fue el rey omnímodo de todo el tinglado.
Ambicioso
Quienes le defienden dicen que fue el mejor tramposo de entre todos los tramposos. Armstrong, americano, tejano, controvertido, líder, mentiroso compulsivo, manipulador. El mismo por el que todavía hay gente dispuesta a pagar 27.000 euros para rodar con él y su amigo Hincapie por nuestras carreteras. Pagar para que te saque los ojos subiendo el Puig Major con una sonrisa tan insolente como poderosa. Ese es Armstrong, la ambición sin límites morales, quien en el apogeo de su éxito, acechado por la sospecha decía: “Este es mi cuerpo. Y puedo hacer lo que quiera con él. Puedo llevarlo al límite, estudiarlo, afinarlo, escucharlo. Todo el mundo quiere saber qué me pongo. ¿Qué me pongo? Me pongo sobre una bicicleta, para dejarme el culo durante seis horas al día. ¿Y tú que te pones?”