Traslucía la sabiduría de quienes no necesitan hablar mucho para enseñar con modestia y humildad. No le importaban los años. Solo le preocupa contar kilómetros y kilómetros de felicidad.
Es un día triste para el ciclismo de pueblo, de la gente humilde que no aspira a otra riqueza que la de conocer la verdad de las personas y la vida.
Aventurero, curioso. Coronó un 8.000 y muy cerca se quedó del Everest. Quizá para contemplar la pequeñez de nuestra insignificancia frente a la inmensidad de la belleza de un mundo que nos hospeda durante un tiempo incierto.
Elegante. Le llamaba el ‘Fausto Coppi’ mallorquín. Su presencia en el pelotón rezumaba autoridad, respeto y clase.
Las montañas, siempre. Buscaba en ellas el silencio, el susurro interior que desvela secretos indescriptibles, aquellos, que solo se descubren en el sufrimiento de quien conquista cimas y cumbres con su esfuerzo.
Le gustaba cantar cuando rodaba por caminos que se perderán para siempre. Rutas que solo él conocía, logrando hacer creer que aquella rueda pionera e incansable, te había dirigido hasta arcadias imaginarias. Era el guia que te devolvía al mundo conocido.
Elegante. Le llamaba el ‘Fausto Coppi’ mallorquín. Así le presenté un día a la primera autoridad del ciclismo nacional. Su presencia en el pelotón rezumaba autoridad, respeto y clase. Le gustaba empezar las carreras cerrando el pelotón, siempre fiel a su vestimenta, con sus lentes atemporales.
En la eternidad continuará cumpliendo sueños y retos, con la sonrisa satisfecha de nuestro Dios. DEP.
FOTO: Última carrera que compartí con Tolo Quetglas. Una vez, fuí delante. Siempre fue muy respetuoso. Al final de la carrera, la jerarquía se ordenó y su rueda cruzó la meta mucho antes que la mía.