Consternados por la curva que ha marcado lo que resta de temporada, a ochenta y cuatro días del Tour que se nos prometía como el más espectacular de entre los espectaculares, el calendario nos depara una de las citas más evocadoras del año: la París- Roubaix.
Sin embargo, antes de adentrarnos en el reino de la mística, repasaremos lo que se ha vivido a lo largo de esta semana en la Itzulia.
La múltiple caída en la curva del Puerto de Olaeta puede haber marcado lo que resta de temporada.
La Vuelta al País Vasco es una de las pocas competiciones World Tour que tenemos en España. Una convocatoria, que como cabía esperar, había atraído a las principales figuras del pelotón, hasta que la referida curva en el descenso del puerto de Olaeta se llevó por delante a Vingegaard, Evenepoel y Roglic, el tridente por excelencia que prometía acaparar todos los focos del planeta ciclista.
Se ha debatido por activa y por pasiva si la dichosa curva era o no conveniente. De sí el peralte está del revés y sacó de la carretera a los ciclistas. Algo pasaba. El hecho es que estaba señalizada de antemano y el asfalto, seco. Lo que invita a concluir que el peligro cero no existe en el ciclismo. En cualquier momento o circunstancia puede surgir un elemento, gesto o inconveniente que arruine cualquier planificación, y lo de Landa, que se las prometía tan felices en la quinta etapa, es un último ejemplo.
Después del trance, la vida y la Itzulia continuaron, se reinventó la carrera y se nos desveló la alternativa nacional al poder imperante que representan actualmente nuestros mejores ciclistas en esto de dar pedales. Juan Ayuso ha conquistado su primer gran triunfo en una general. Ganar la Itzulia son palabras mayores, y Carlos Rodríguez, no ha dejado escapar la oportunidad de ganar en el cierre de la vuelta, después de un mano a mano generacional y sensacional con su oponente y gran triunfador.
París- Roubaix o la mística del ciclismo.
Escribir o comentar del Infierno del Norte es una de las razones que inspiraron El Rutómetro. En esta carrera se conjuga la historia, la aventura, la incertidumbre, la dureza y la mística. No existe un orden preestablecido. Se puede intuir o elucubrar lo que puede suceder, sin embargo, es imposible acertar. El factor de lo incontrolable domina la carrera de principio a fin.
Si hace un rato comentaba que no existe el riesgo cero en el ciclismo, cuando hablamos del monumento por antonomasia, la opinión se transforma en dogma. Expresión que nos ubica en la mística de una atmosfera incomparable.
Roubaix es la representación de una contienda deportiva incomparable
Un entorno, un contexto y un paisaje que puede trasladarte de las guerras napoleónicas hasta la Gran Guerra, con sus trincheras enterradas en los bosques de Arenberg o Carrefour de l’Arbre. El frente en el que perdieron su vida miles de soldados en el absurdo de todas las guerras, convertido por un día en el teatro de una contienda deportiva incomparable, excelsa.
La entrada a los sectores son el cuerpo a cuerpo de una lucha furibunda por la posición. Perderla representa finiquitar las aspiraciones. Cada tramo adoquinado es el trémolo de una melodía de gritos, sollozos y chasquidos de dientes. La competitividad llevada al extremo físico y psíquico.
¿Quién ganará en el Vélodrome Andre- Pétrieux?
Otro escenario irrepetible culmina la jornada. Acabar en el velódromo nos evoca el ciclismo primitivo. Roubaix une el pasado y el futuro. Porque el que gana en aquella meta se asegura la posteridad.
Van der Poel es el máximo favorito de entre todos. Viene de arrasar en Flandes, y las bajas sensibles de la actualidad le sitúan en una posición de más privilegio, si cabe.
En cualquier caso, anoten estos otros nombres: Mads Pedersen, Dylan Van Baarle– vencedor en el 2022- Jasper Philipsen, Luca Mozzato, que viene de hacer podio en Flandes, son algunos de los muchos corredores que se podrían enumerar.
No se trata de apostar. Roubaix es la aventura de lo imprevisible.
No podía ser de otra manera, con tus palabras lo has clavado a la perfección