Que Pogacar esté en la París- Roubaix se puede considerar como una de las mejores noticias del año para el aficionado al ciclismo. La sola presencia del esloveno multiplica la siempre creciente expectación con la que cuenta la reina de las clásicas, el Infierno del Norte.
Pogacar y su equipo han decidido acudir a la carrera donde todo es incierto, donde la probabilidad de una caída puede dar al traste con toda la planificación del año, con especial acento, al epicentro de la temporada, el Tour de Francia.
Pogacar asume el riesgo. Un noticia extraordinaria para el aficionado.
A todo este maremágnum de circunstancias hay que sumarle que la victoria es todavía más incierta. Un fallo mecánico, un corte propiciado por la caída de un tercero, o simplemente, que los clasicómanos puros como Van der Poel, Van Aert o un Van Baarle de turno, que pugnan con escuadras diseñadas para las clásicas, dificultan todavía más el objetivo del campeón del mundo.
La historia contempla
Cruzar la meta del mítico velódromo de Roubaix con el maillot arco iris es un sueño para los elegidos. Lo consiguieron figuras como Moser, Hinault, Sagan o el mismo Van der Poel. Pogacar quiere engrosar esta lista predilecta.
Lo de este chico es una maravilla. Ama tanto este deporte, respeta y conoce tanto su historia, que lucha y trabaja por estar y permanecer eternamente en ella. Sabe que son sus mejores años y los disfruta a plenitud. Goza de su profesión y de hacer historia en cada carrera que corre. Pogacar persigue la eternidad.
Me recuerda a Rafa Nadal, al que se le notaba disfrutar de su pasión por el tenis, viviendo con intensidad la experiencia que le brindaba ganar aquellos torneos que siendo niño soñó con competir.
El paralelismo con Rafa Nadal es una referencia para entender la decisión de Pogacar.
Pogacar da la misma sensación. Su apuesta por Roubaix va más allá de querer ganar un nuevo monumento, va mucho más lejos que disputar una nueva carrera. Por encima de cualquier otro registro es un homenaje a la historia del ciclismo, al aficionado más purista, al maillot arco iris y a todos sus predecesores.
Roubaix representa la génesis de este deporte, la raíz profunda que fusiona memoria, superación, mística y leyenda. La victoria en Roubaix es tocar el cielo en la tierra.
El día D de cada año, los grandes nombres del ciclismo se asoman desde el más allá a la Pascale para ver al elegido que podrá contar por los siglos de los siglos que un día ganó la París- Roubaix.