Empezó cuando la lluvia se transformó en nieve. Copos como puños caían sobre los ciclistas, y nadie tomaba una decisión. Llevaban ciento sesenta y ocho kilómetros bajo la lluvia, impenitente y tenaz, propia del lugar. El trazado que unía la Muralla romana lucense con sus poderosas torres y la localidad de Sarria, famosa por validar el tramo más corto del Camino Jacobeo, constituía el primer envite de este particular O Gran Camiño.
Galicia es tierra de tradición ciclista. Su terreno escarpado ha dado nombres ilustres al deporte del pedal. El más célebre o popular, Álvaro Pino, ganador de la mítica Vuelta a España de 1986 con su célebre contrarreloj de Jerez, el último día de carrera. Otros nombres de grato recuerdo son Blanco Villar, buen rodador que consiguió algunos triunfos que quizá revalorizaron en exceso su verdadero potencial. Y, por supuesto, Óscar Pereiro, el mismo que una mañana se despertó en su Galicia natal como ganador del Tour de Francia, después de la descalificación de Floyd Landis por doping. Aquel menonita fue despreciado por Lance Armstrong, y años más tarde se cobró su venganza particular. Es el mismo que curiosamente ahora se dedica a ser mayorista del cannabis con fines terapéuticos.
Jonas Vingegaard tuvo que ejercer de capo y con gran determinación hizo parar la carrera.
La gran carrera gallega, O Gran Camiño ha sido noticia por el plantón que el pelotón de la carrera se ha visto obligado a tener que ejecutar, con toda justicia y razón. La nieve ha sido el motivo. Lo que llama la atención es que hayan tenido que ser los propios ciclistas los que se vieran obligados y forzados a poner el pie en tierra. Ningún comisario, ni la organización del evento, se percataron con antelación de la gravedad del diluvio y de que las condiciones metereológicas aconsejasen dar por finalizada la carrera antes de su llegada a meta. Dantesca situación, se mire por donde se mire.
Algo que invita a la reflexión y a recurrir al interminable debate de cuándo y hasta qué límites de inhumanidad se debe mantener una carrera. Conocemos del carácter épico que tiene el ciclismo, innato en su misma concepción como deporte de alta competición. Fueron muchas las carreras que se crearon para llevar al hombre hasta el límite de sus capacidades. En cualquier otro deporte, no cabría la menor duda. Sin embargo, en el caso del ciclismo, siempre hay alguien que es de la opinión de que se puede aguantar un poco más, sea cual sea el diluvio, tormenta o nevada que caiga encima de los desprotegidos ciclistas.
Vingegaard asume el mando.
Los Jumbo decidieron con Jonas Vingegaard ejerciendo de capo y a motu propio acabar con el despropósito. Después, al resto, comisarios y organización incluidos, no les ha quedado más remedio que hacer seguidismo de la decisión. Los comunicados oficiales han acabado de sellar la unanimidad y unión de todo el colectivo. Pero en el aire queda la cuestión más profunda. Probablemente, no existe respuesta cerrada. Los ciclistas, a través de sus organismos de representación, alzaron la voz en alguna ocasión, sin apenas éxito ni clarividencia. Los intereses son contrapuestos, y el entorno, indomable e imprevisible.
Dudo que haya unos deportistas tan desprotegidos y desguarnecidos ante los organizadores como son los ciclistas. Cierto es que cuentan con el reconocimiento universal, pero con aplausos no se soluciona el dilema. De ahí que sea bienvenido este plantón si ayuda a que la próxima vez se piense que además de ciclistas hay seres humanos, que aún por muy resistentes y héroes que sean, no deben verse en la tesitura de tener que decidir por cuenta propia y en función del grado de diluvio o nevada, el nivel de inhumanidad permisible para proseguir o iniciar cualquier carrera.