Pogacar lleva camino de convertir la temporada presente en una oligarquía gracias a su dominio absoluto del calendario. Carrera que corre, carrera que aplasta. En Lieja saldó cuentas después de su infortunio del año pasado, y en el punto neurálgico, el que estaba señalado en fluorescente en todos los rutómetros, dio el golpe certero y contundente para conseguir su sexto monumento.
La cadencia de su pedaleo en solitario a lo largo de la treintena de kilómetros que restaban hasta la meta, fueron una muestra de la solvencia del imperio de Pogacar. Nada ni nadie se le resiste. El movimiento previsto en la Redoute fue tan intimidante, que parecía como si el resto de ciclistas tuvieran asumido que la lucha real se limitaba a figurar como escoltas del campeón.
Pogacar lo quiere todo, y nada ni nadie parece que se le resista.
Pogacar lo quiere todo. Parece como si los astros se hubieran alineado a su favor. Con sus principales rivales en la enfermería, y con exhibiciones como la de la Doyenne, nada parece que pueda impedir un paseo triunfal del esloveno.
Ahora a por el Giro-Tour
Con el clausura de la temporada de clásicas, el calendario estrenará en pocas semanas la de las grandes vueltas con el Giro de Italia. Anda necesitada la “corsa rosa” de algo de glamour y prestigio. El año pasado lo intentó con el duelo entre Evenepoel y Roglic, pero no salió como esperaban.
En esta edición, el fervor tradicional con el que se vive la carrera madre irá acompañado y reforzado por la expectación e ilusión que despierta Pogacar allí por donde pasa.
Lo vimos en los últimos kilómetros de Strade Bianche, chocando manos y sonriendo con amplitud. Hizo lo propio en la Volta a Catalunya. En las inmediaciones de Lieja, en la indomable Roca de los Halcones, Pogacar sobrevoló con majestad y entre aclamaciones.
Paso al campeón. Algunos ya hablan de una Triple Corona para el emperador: Giro, Tour, ¿Vuelta o Mundial?