Es incontestable. Nos encontramos ante un talento desorbitado. Un Mozart del ciclismo, una figura colosal que ha entrado con firmeza en el Olimpo de los grandes nombres de la historia. La obra maestra que ha representado Pogacar en el Tour de Flandes del 2023 le catapulta al firmamento de los mitos del ciclismo mundial. Tres de los cinco Monumentos ya tienen inscrito su nombre en letra doradas, y con apenas veinticuatro años, suma su cuarta distinción y dos Tour de Francia, además de otros importantes premios. Solo Eddy Merckx, que necesitó cinco años de profesional para ganar en su tierra, mantiene registros similares.
El duelo trepidante con Mathieu Van der Poel engrandece todavía más su triunfo. El esloveno no pudo contener la emoción al cruzar la meta, como si desde el primer instante fuera plenamente consciente de su paso definitivo a la eternidad. Pogacar conquista triunfos a puñados. Los mismos que parecía dar a sus pedales en la exhibición que ofreció en el mítico Kwaermont. Sin levantarse del sillín, y teniendo de rival a otro príncipe del pelotón, en este sagrado enclave comenzó a dictaminar la sentencia de una carrera para la historia.
No les quepa ninguna duda de que no es exageración. Pogacar es el ciclista soñado. Después de la monotonía de décadas, en donde las grandes vueltas y las clásicas eran compartimentos estancos, el corredor que tenía por objetivo el Tour de Francia renunciaba a la práctica totalidad del calendario. Pogacar nos ha resucitado el ciclista total. Pogacar emerge, vence y convence sin temer al mañana.
Un ronda muy accidentada.
La carrera empezó con alta tensión. Las caídas se repetían con mayor o menor trascendencia. Algunos favoritos como Dylan Van Baarle se veían obligados a abandonar. Sin embargo, no fue hasta el kilómetro ciento cuarenta cuando el polaco Filip Maciejuk decidía imprudentemente adentrarse por la vereda del trazado. La temerosa decisión acabó en catástrofe. Una montonera colosal fue el resultado de su reincorporación al pelotón, provocando un dominó de corredores que causó numerosos heridos y algunos abandonos, como el del ex campeón del mundo, Peter Sagan. El polaco en discordia fue descalificado.
Las caídas mermaron el pelotón. De ciento setenta corredores apenas terminaron noventa y seis.
En esta grave caída múltiple, Pogacar también perdía a Tim Wellens. Corredor que estaba llamado a ser un escudero importante en la carrera que había diseñado el esloveno. No le hizo falta. En Paterberg remató a un inconmensurable Van der Poel, que no pudo contener el varapalo. Van Aert, se vio obligado a claudicar ante tanto ataque. Pidcock había sido rematado en Koppengerg.
La fuga del día se fraguó en Molenberg. Algunos de los favoritos como Pedersen habían sido sus promotores. Habitaban en ella Jorgensson,. Trentin, Kung, Powless, entre otros. Iban por delante en una carrera atroz. Estábamos presenciando una carrera de ciclismo vertiginoso, que con todas sus letras acreditaba la consideración de ser una de las ” Big Three” del ciclismo mundial.
La mística de Flandes se rinde a Pogacar.
La leyenda y mística de esta carrera es una evidencia. Como en un anfiteatro, muchos de los tramos adoquinados que endurecen la competición tienen instaladas gradas a fin de facilitar la visibilidad de los miles de aficionados y la seguridad de los ciclistas. Es incontable el número de personas que salen de sus casas a animar el paso de los ciclistas. La banderas flamencas con su león rampante adornan la campiña verde, realzada todavía más por la estampa de ciclistas multicoloridos de un pelotón fragmentado a pedazos por los incesantes ataques en los puestos cabeceros.
De todos los habidos, el más letal, inconmensurable y contundente fue el de Pogacar. Nadie sabe si el esfuerzo le pasará factura en la tercera semana del Tour de Francia. A Pogi no le preocupa el futuro. Esta es su suerte, como fue la de quienes disfrutaron de la obra maestra que firmó este grandioso ciclista. Flandes consagra al virtuoso más genial que ha dado el ciclismo en las última décadas.
