La reciente desaparición del equipo francés Delko Team nos descubre la fragilidad que existe en el ciclismo de las periferias. Más allá de la pompa y el glamour que brilla en las principales competiciones, el ciclismo es un deporte de supervivencia. En muchos casos la aventura al profesionalismo necesita de la inversión del joven que despunta en su localidad y que decide abrirse camino, yendo a competir a pruebas de mayor nivel y relevancia y así poder optar a dar el salto.
Más allá de la pompa y glamour que brillan en las principales competiciones, este es un deporte de supervivencia.
No es fácil la vida del ciclista joven. Son muchos los llamados y muy pocos los elegidos a la púrpura de la gloria. Además de los sacrificios personales que requiere el oficio, hay que sumar a la durísima competitividad, la precariedad de las estructuras deportivas que deben dar sustento y medios al ciclista aspirante al paraguas de una organización profesional.
Números rojos
El Delko Team es la última víctima de la cara oculta del ciclismo. Hasta hace pocos días ha sido un equipo francés, con sede en Marsella, y que desde el 2011 militaba en lo que viene a ser la segunda división internacional del ciclismo, la conocida actualmente como la UCI Pro Team. Esta semana su director Benjamín Giraud, anunció que aquella bonita historia había llegado a su final. Nada nuevo hasta aquí. Como en todos los sectores, las organizaciones nacen, crecen y mueren.
Las ilusiones se agotan y con ellas las ganas de seguir invirtiendo tiempo y dinero. El ciclismo ha vivido y sigue haciéndolo de los patrocinadores. Casi todas las estructuras que dan sustento al engranaje del ciclismo tienen un idéntico origen. La ilusión y pasión de un empresario por este deporte que, en un momento de enajenación fabulosa, decide en lugar de comprarse un yate, montar un equipo ciclista. Pero en muchos casos, como el del Delko, la gélida realidad en forma de números rojos acaba por frustrar aquel sueño.
Profesionalización
No fue hasta la década de los 80 cuando llegó la verdadera profesionalización, es decir, cuando las televisiones empezaron a retransmitir las grandes vueltas. Con no mucha anterioridad, los ciclistas se auto consideraban profesionales por los premios en metálico que acumulaban ganando carreras. Cierto es que el vínculo histórico de periódicos y emisoras de radio con el ciclismo había sido fundamental en el desarrollo y sustento de vueltas y clásicas, pero no fue hasta la irrupción de la televisión en color cuando el circo, tal y como hoy lo conocemos, llegó para quedarse.
En aquella edad dorada, la conexión de la televisión y las radios, en los diferentes horarios de la carrera, la retransmisión del final de la etapa y el resumen nocturno con su “me estoy volviendo loco” de banda sonora, significaron un impulso imparable. Y aquella génesis catapultó a clubes de provincia hacia las súper estructuras tal y como las conocemos, lo cual no deja de ser un fenómeno relativamente reciente.
Nómadas
De un tiempo a esta parte, como en otros deportes, alguna televisión ha hecho del ciclismo su casa, abriendo todavía más el espectro de las competiciones, y, con ello, fortaleciendo la profesionalización de quienes logran alcanzar esta noble condición. Pero no se olviden que detrás de este escenario de luz y color están los nómadas del pedal.
Que, con sus furgonetas y coches rotulados por los cuatro costados, cargados de bicicletas y ruedas, gracias a la ensoñadora pasión de un emprendedor, van de carrera en carrera, como los antiguos comediantes iban de pueblo en pueblo, soñando que aquel joven ciclista que ha dejado en muchos casos familia y estudios sea el campeón que al él le hubiera gustado ser y no fue. Y con aquel flacucho imberbe, compartir la incomparable vivencia de ganar una gran carrera y empezar una nueva aventura, eso sí, mucho más rentable.