El día amanecía inquietante. Las previsiones de lluvia y viento parecían confirmarse. Sin embargo, casi nada puede detener a un ciclista un sábado por la mañana.
En la plaza del pueblo de Son Servera se convocaban más de un centenar de cicloturistas para iniciar una jornada consagrada por entero a esta modalidad, una de las industrias turísticas de Mallorca.
Por su ubicación, la comarca de Llevant es una de las zonas más desconocidas de la isla para la práctica ciclista. Alejada de la capital, sin apenas cotas que coronar, los grupos de cicloturistas acostumbran a dirigirse a lugares más próximos a la Serra de Tramuntana.
Para esto nació la Marxa Cicloturista de Llevant, una prueba que pretende y consigue hacer descubrir la riqueza y diversidad de rutas que existen por la comarca. Una infinidad de carreteras secundarias y caminos que cruzan en diferentes sentidos los pueblos que conforman la atractiva región. Adentrémonos en ellos.
Comienza la fiesta del cicloturismo
Puntual y con ambiente de fiesta salía el pelotón después de rendir homenaje a una de las ciclistas pioneras, la popular María Mora, y de las acostumbradas fotos con las autoridades que acudieron a la salida. Con el pitido inicial, las primeras conversaciones entre los participantes animaban y desperezaban las pedaladas en dirección a la elegante Arta.
El tiempo respetaba a los valientes, el ritmo se hacía llevadero hasta las primeras rampas en las faldas de los colls que llevan a la ermita de Betlem, una de las más antiguas de la isla y ligada a los reyes de Mallorca. Dejando de lado el cruce de las carreteras de la Colònia, el pelotón atrevesaba en dirección a Manacor abandonando el litoral marinero.
A pesar de la lluvia y el viento, más de un centenar de cicloturistas participaron de la Marxa.
Se avecina el temporal. El pelotón se adentra por caminos que descubren una Mallorca recóndita, inhóspita, y a la vez, tremendamente atractiva por lo desconocida que es para una mayoría. Son escasas las casas diseminadas entre extensiones de campo dedicado al cultivo y a la ganadería. Las carreteras se estrechan y se confunden con caminos. El pelotón circula estirado hasta las primeras rampas de S’Avall.
Aparece la lluvia como una bendición
En Mallorca hay infinidad de lugares con este mismo nombre. Sin embargo, esta es reconocida por todos los ciclistas. En S’Avall los porcentajes se elevan a lo largo de casi tres kilómetros donde hay que poner fuerte el corazón para que las piernas respondan.
Después de reagrupar a los ciclistas, el paisaje nos anuncia al histórico municipio de Petra. Patria chica de uno de los padres de los Estados Unidos, San Juníper Serra, fundador de las misiones de California. La lluvia hace acto de presencia, y los campos de cultivo por los que transcurre el pelotón, agradecen la bendición del cielo. Es una inclemencia llevadera, aparecen los chubasqueros entre los participantes y el avituallamiento termina por despejar todas las dudas.
No hay fiesta sin banquete
Quedan los últimos treinta kilómetros. Las piernas ya sienten el esfuerzo. El paisaje húmedo no entumece la satisfacción general. Algunos comentan que otros años fue más duro, otros rebaten la afirmación. En cualquier caso, el pedaleo es alegre y veloz. Las ganas de llegar tienen diferentes motivaciones.
La principal, el banquete tradicional que organiza el promotor de la prueba, el entusiasta Miquel Sancho. Micrófono en mano, felicita y agradece la presencia de todos a pesar del día de lluvia y viento. Se respira felicidad y alegría. La torrada completa el guion. Al calor de la parrilla, y entre amigos, se da por concluida una jornada de puro cicloturismo. La épica y la fiesta se juntaron por un día.
