Se ha escrito tanto y bueno de Indurain que adelanto que no garantizo ninguna historia original. Es tan grandiosa su obra ciclista que se complica en exceso cualquier elección deportiva y literaria sobre su figura. Su carácter tranquilo y afable es quizá también responsable de la dificultad de concreción. Porque fue un campeón inusual. Ganaba con tal majestuosa contundencia que chocaba con su discreción y naturalidad. Hasta el punto de confundir al espectador si medía su ambición con la de otros grandes campeones.
Todavía se discute en los foros ciclistas si dejaba o no ganar a sus rivales. En una conversación que tuve la suerte de mantener con él, me manifestó con una sonrisa en los labios que si no ganó en alguna de aquellas etapas memorables fue porque no pudo. Pero de un hombre al que José Miguel Echavarri definió como alguien que vive y deja vivir, también puede interpretarse que no pudo porque no quiso, sutileza de querer es poder.
El valor de su obra hay que dimensionarla al mérito que supone vencer las leyes de la naturaleza de su persona.
Rey Sol
La figura de Indurain también encarna al hombre que vence su propia naturaleza hasta conseguir cincelar la anatomía del ciclista perfecto. Siempre se ha destacado la poderosa superioridad de Indurain contra el reloj. Quién no recuerda el momento que dobla al americano Armstrong en la victoria que le titularon como Tirano de Bergerac, o la larga cronoescalada de Sestriere en el Giro. Se omite frecuentemente que el gigante navarro también fue un magnífico escalador. En las cumbres y en sus descensos gestó sus grandes triunfos y se superó como deportista.
Bajando del Olimpo, en estos tiempos de pandemia que corren, y a diferencia de las grandes vueltas que marginan cada vez más las CRI, vislumbro en este tipo de pruebas, un posible renacimiento competitivo a nivel amateur, para gozo de quienes vivimos en primera persona las exhibiciones de un navarro que nos hizo amar al ciclismo. El valor de la obra de Indurain hay que dimensionarla al mérito que supone vencer las leyes de la naturaleza de su persona.
El esfuerzo de afinarse hasta el punto de ganar en carrera a míticos escaladores como han sido Chiapucchi o Pantani es un mérito tan incuestionable como lo fue su poderoso dominio en la carrera francesa en los años noventa. No eran tiempos fáciles. Su alumbramiento como Rey Sol del Tour coincidió con campeones de gran fuste como Lemond o Fignon, y en el tránsito hasta su ocaso se merendó a los Chiapucci, Rominger, Bugno y a un incipiente alopécico Pantani.
Prematuro adiós
Hace pocos días Valverde cumplía los cuarenta tacos todavía subido a la bicicleta y con la mirada puesta en Tokio, ahora 2021. Indurain se retiró a los 32 años, meses después sacar el pie de su cala y apearse en el hotel de carretera Capitán, camino de Cangas de Onís. “Tengo las piernas como dos tablas”, le había dicho minutos antes el campeón a Eusebio Unzúe. Han pasado 23 años de aquella fría mañana navarra en la que, como si de levantar un acta notarial se tratara, el hombre forjado ciclista dejaba paso al hombre al que le gustaba ser ciclista.
El hombre también llamado extraterrestre pisaba tierra para siempre. Su final mucho tuvo que ver con algo que ahora está muy en boga. La excesiva mercantilización del deporte. Los magnates del Banesto habían exigido exprimir un poco más al Indurain que no había podido en el fatídico Tour del 96. Aquel avaricioso error comercial, junto a una cada vez más deteriorada relación con Echavarri, después del Mundial de Olano en Bogotá, acabó por desmotivar la denodada dedicación que le suponía a Indurain hacer frente a una nueva temporada, y con ello, a nuevos retos.
En Mallorca tenemos la suerte de contar con su presencia frecuentemente. Su hijo mayor Miguel reside y trabaja en Palma. Su nacimiento, probablemente, también tuvo algo que ver en el final de la vida profesional de su padre, como hombre amante de la familia. Una suerte más de nuestra tierra de ciclistas; cruzarse inopinadamente con un Miguel Indurain una tarde cualquiera en el Coll des Tords.
no conocía este trabajo, magnífico por cierto. Sí aporta algo nuevo, distinto, de Induraín; sus ascensos al Coll des Tords. Casi nada.