Si me atrevo a escribir de Coppi lo hago fundamentado en el confinamiento de cuarenta días. Gran respeto y admiración me suscita la figura de Il Campionissimo. Icono comparable a los clásicos, de quien ríos de tinta le definen como el pionero del ciclismo moderno. El admirado periodista italiano Indro Montanelli escribió que cuando se disputa el Giro cada día es domingo en Italia. El Giro es una fiesta para los italianos. Todos los pueblos se decoran de rosa, familias y niños salen al encuentro del paso de los ciclistas. Para los profesionales es la carrera más intensa por el peso de la tradición que tiene la bicicleta en el país transalpino. Si hay un lugar que sabe unir tradición y pasión es Italia. Si existe un evento que une a las tres constelaciones, es el Giro. Y en estos días en los que debería estar disputándose la ronda italiana, cuando las televisiones echan la vista atrás para rellenar su programación, nadie mejor que Coppi para endulzar el desierto deportivo que atravesamos y regalarnos la superior de las nostalgias de un ciclismo de leyenda.
Su prematura muerte por la malaria divinizó deportivamente a quien ya era un mito viviente en la época.
Pionero
Fausto Coppi nació hace 101 años en una pequeña aldea que, desde el año pasado, se denomina Castellania Coppi. Para ser un buen ciclista hay que ser pobre. La pobreza fabrica campeones en el deporte de la gente sencilla. Y en los “años en los que el ciclismo abría las puertas de un mundo prohibido para los simples mortales”, los desplazamientos que el pequeño Fausto tenía que hacer a diario en bicicleta para acudir puntualmente a la carnicería donde trabajaba y librarse así de una colleja de su dueño, forjaron el inicio del campeón. Coppi fue pionero en el estudio y mejora de la bicicleta, así como en la nutrición. Estaba obsesionado con la posición encima de la bicicleta y con el entrenamiento en condiciones diversas y a menudo difíciles. Gracias también a la sapiencia de su masajista ciego Cavanna, Fausto Coppi evolucionó de ser un flacucho desgarbado a convertirse en un ciclista legendario por su postura y pedaleo perfecto, unidos a su gran elegancia sobre la bicicleta.
Escapada
La escapada representa la acción identitaria de este deporte. El hombre, solo con su bicicleta, que con su motor humano se distancia del resto de ciclistas enfrentándose en solitario a lo remoto. Cuando el ciclista demarra nunca hay certezas. La acción puede fracasar en segundos o ser el principio de la gloria. Coppi sigue siendo hoy en día el más grande de los artistas de la escapada. Unos dicen que era por su temor a ir en pelotón y otros por su preferencia por la soledad. El hecho cierto es que están escritas en las páginas de la historia los 192 kilómetros del Giro con final en Sestriere, cuando Mario Ferreti, su amigo de infancia y controvertido periodista exclamaba en pleno éxtasis radiofónico: “un hombre solo al mando, un maillot blanco y celeste. Su nombre: Fausto Coppi”.
Rivalidad
La dualidad entre campeones ha engrandecido la historia del deporte. Quien no recuerda los Prost-Senna, McEnroe-Borg, o el actual Federer-Nadal, entre otros muchos. Las rivalidades entre líderes también han contribuido, y mucho, a la épica del ciclismo. Hace tiempo que el ciclismo moderno no cuenta con una rivalidad de altura. Cosas del pinganillo. Coppi y Bartali representaron y siguen haciéndolo la dualidad por excelencia para el aficionado. Qué aficionado no recuerda la foto del intercambio de borrachias camino del Galibier. El genio contra el talento, la Italia emergente contra la tradicional, entre otras vicisitudes que el divismo consustancial de los italianos y la prensa idearon y exageraron para alimentar el deporte nacional de la discusión. Coppi y Bartali batallaron en la carretera dividiendo al país con su personalidad, pero a la vez, supieron fraguar una amistad y un respeto mutuo, que engrandeció sus virtudes y mitigó sus defectos.
Trobatinni
Como anécdota de la relación de Coppi y Mallorca esta nos lleva al algaidí Andreu Trobat. Quien, además de ser un gran campeón, era conocido como el ruiseñor del pelotón por su buena voz para el canto. Coppi, cuando coincidía con Trobat en alguna carrera, solía acallar al pelotón dirigiéndose al mallorquín diciéndole “Trobatinni (de trovador), cántanos”. Pero si en vida Coppi alegró con sus gestas y victorias a todo un país sumido en los años de hierro de la posguerra, su prematura muerte por la malaria contraída en Burkina Fasso divinizó deportivamente a quien ya era un mito viviente en la época. Morir joven tiene esa cualidad. Mientras otros campeones se deterioraron por el paso del tiempo e incluso por los escándalos del dopaje, la imagen de Coppi sigue pedaleando para toda Italia. Son cientos los aficionados que suben a Izoard o al Passo Fordoi para fotografiarse con los monumentos que le rinden homenaje, como hace el Giro de Italia en cada una de sus ediciones. Il Mito, es invencible al paso del tiempo.
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