En el ciclismo hay fundamentalmente dos tipos de corredores, los líderes y los gregarios. El rol de ambos es muy diferente. Uno es el que tiene la responsabilidad de ganar y los otros han de ayudarle a lograrlo. Aunque pueda parecer lo contrario, el ciclismo es un deporte de equipo. Si bien cada uno corre en solitario con su bicicleta, lo cierto es que todo el equipo trabaja en conjunto.
Hablar del arquetipo de ciclista es referirse a los gregarios. Es una singularidad de este deporte. Los gregarios son ejemplo en muchas terapias, prototipos o modelos que se aplican en los quehaceres más ordinarios de cada día. Cuántas veces hemos escuchado, en momentos complicados o en misiones colectivas que implican una superación, un avance que requiere del esfuerzo y la complicidad por un proyecto común. Que alguien tiene que emplearse a fondo y hacer el trabajo que nadie desea. Alguien al que le corresponde trabajar para otro en bien del equipo Eso es un gregario.
Los gregarios sacrifican sus carreras y renuncian a las victorias personales para que los líderes de su equipo ganen.
Sacrificio
Son los maravillosos perdedores. Así se les llama a los ciclistas que sacrifican sus carreras y renuncian a las victorias personales para que los líderes de su equipo puedan ganar. Es la otra cara del ciclismo: el mundo de los guerreros del ciclismo profesional, lo que una caída puede traer con la necesidad extrema de tener que volver a levantarse.
Hay muchos ciclistas que han sido muchos años profesionales ― lo cual les digo que es algo muy difícil de conseguir ― y que no cuentan en su haber con ninguna victoria en los cientos de carreras en las que participaron. Pero sí tienen la admiración y el respeto de todos y, en especial, de los que saborearon la gloría de la victoria. El mérito de esos indómitos perdedores es incalculable. Porque su valor reside en ser ciclistas sacrificados y en personas fiables.
Oficio
Recuerdo que, hace años, leí la autobiografía de uno de estos personajes anónimos que cuentan media vida encima de una bicicleta, engullidos y camuflados en un pelotón de maillots multicolor, y que nunca, lo que se dice nunca, ni siquiera por mera probabilidad o casualidad, se hicieron con un triunfo en décadas de profesional. Me refiero a Charly Wegelius.
El exciclista finlandés, con nacionalidad británica, narra excelsamente en su libro Gregarios que son como el “soldado de infantería del ciclismo”. Dando a entender que en este deporte tan sacrificado es el ejercicio de un oficio, como lo es carpintero, yesero o herrero. Un trabajo para llevar un sueldo a final de mes, a golpe de dar pedales, para que el líder gane y siga contando con uno por su laboriosidad, eficacia y fiabilidad. Como la vida misma.
Fidelidad
Sin unos buenos gregarios, o ‘domestiques’ en francés, lo que viene a significar soldado raso, no es posible ganar. Sin un Rubiera o un Hincapie, Armstrong no lo hubiera tenido tan fácil, a pesar de todos sus pesares; sin Rodríguez Magro, Perico Delgado no sería quien es. Indurain tuvo grandes gregarios, entre ellos el propio Delgado, Marino Alonso, De las Cuevas, Rue… A Jesús Hernández apenas se le conoce fuera del mundillo, contando catorce años de profesional, y Alberto Contador se lo llevaba consigo a todas partes.
Roglic tiene a Gesink. Pogacar tuvo a un enorme De la Cruz, la temporada pasada. Por nos remontarnos al mítico Julio San Emeterio, fiel entre los fieles, hasta el punto de lavar los maillots, hacer de aguador las veces que fuera necesario y llegar a velar el sueño del campeón, de su jefe de filas, de don Federico Martín Bahamontes. Porque, además de ser su pasión, prefería trabajar doblado sobre el manillar de la bici a tener que manejar el volante de un camión.
Talento joven
Sin embargo, a estos hombres honestos y abnegados también se les pueden alinear los astros. La vida premia tanto el esfuerzo como el talento. De igual modo que el arquetipo de gregario es anónimo, existen casos en los cuales estos hombres invisibles superan al líder. Este deporte tan agonístico guarda sorpresas inevitables, y la bicicleta, como el algodón, nunca engaña.
Te pone siempre en tu lugar. En ocasiones, el jefe de filas se fija en un joven que destaca y que es contratado para trabajar por y para el ídolo. Y puede suceder lo de aquel joven flacucho, de largas piernas, con figura de garza y nariz prominente, a quién un colosal líder, Bartali, le dio la oportunidad de convertirse en un grandioso mito del ciclismo, “un uomo solo al comando”, Fausto Coppi.