El Tour de Francia nunca se repite. Siempre innova. La llegada de los Pirineos atlánticos ha representado la irrupción de un ciclón en la general. La atrevida estrategia del UAE de ostentar la presión del amarillo desde el inicio de la carrera le ha salido rana. Adam Yates naufragó en su defensa del liderato, y con él, se despedazó todo el equipo. Hay que recomenzar de nuevo.
El principal perjudicado, su indiscutible jefe de filas, Tadej Pogacar. El esloveno llegaba al Tour con la incertidumbre rondando su verdadero estado de forma. Se comprobó ayer. Cuando la gran dama blanca del Marie Blanque entonaba su nota más aguda, cuando la carretera dictaba su sentencia más amarga, su gran adversario, Jonas Vingegaard escoltado por un inconmensurable Sepp Kuss, le clavaba la primera estaca de este Tour de Francia.
La etapa inaugural de la alta montaña en este Tour no defraudó.
Por supuesto que queda muchísimo Tour de Francia. Sin embargo, en un trazado de etapas cortas y encadenados, minuciosamente medidos, donde la dureza se distribuye al peso y no a granel, la ventaja adquirida de Vingegaard sobre Pogacar puede convertirse en un océano insalvable.
Con un artista invitado. No es un desconocido, aunque su habitual discreción y pautadas apariciones le convierten en una sorpresa perenne. Jay Hindley mostró en la primera gran etapa de montaña una soltura de piernas fascinante. El vencedor del Giro’22 dispone de un equipo potente, de gran fortaleza cuando la carrera pica para arriba y una dirección deportiva sobresaliente, como se demostró en el Giro que conquistó. Konrad y Buchmann dos valores seguros, se convertirán en referencias indispensables a partir de este momento. Hindley no es una estrella fugaz. Es el factor sorpresa de un Tour, que nada más empezar, ha visto saltar por los aires el guion previsto.