Si hay un corredor que merece un aparte especial en la temporada es Wout Van Aert. El Tour de Francia que nos regaló se podría enmarcar y colocar entre los episodios de oro del ciclismo. La valiente y particular defensa del maillot amarillo que brindó simboliza la esencia y concepto que tiene el belga del ciclismo. Correr para ganar. Ganar y divertirse corriendo más que los demás. Círculo concluso.
Wan Aert ha sido la sensación de un año al completo. No es de los ciclistas que más hayan competido, sin embargo, sí que es de los ciclistas que menos ha descansado entre competición y competición. Capaz de alargar como un chicle la temporada, la comenzó en febrero ganando la Omloop Het Nieuwsblad y la finalizó oficialmente haciendo cuarto en el Campeonato del Mundo que ganó su compatriota Remco Evenepoel.
En estos días de asueto ha vuelto a sorprender dejándose caer en Benidorm en la próxima Copa del Mundo de Ciclocross. Nuevamente, abrimos el círculo por la vertiente de la diversión, En estos meses prenavideños no será de extrañar volver a verle competir en la disciplina de la que procede. Del barro nació y emergió para el planeta del pedal. Aún guardamos en la retina aquellas imágenes que mostraban al mismo ciclista que, meses atrás, había sido capaz de ganar en el Mount Ventoux, competir en un circuito de ciclocross cubierto de nieve.
El yerno perfecto, el líder gregario.
Wout Van Aert parece el yerno perfecto. Su sonrisa le acompaña en todas sus actuaciones. Transmite felicidad por lo que hace. Una variable que le convierte en un personaje atractivo por lo que irradia. No tan solo sobre la bicicleta, sino también por una personalidad que le lleva a ser un ganador nato, lo que no le impide prestar ayuda y exhibiciones como domestic de lujo cuando a ello se le requiere. Es el líder gregario Así lo comprobamos en las victorias de sus compañeros de equipo, Jonas Vingegaard en el Tour y Primoz Roglic en la Dauphiné.
Simboliza la esencia y concepto de un ciclismo de ataque. Correr para ganar. Ganar para divertirse.
Se podría añadir de él que es el nuevo rey de las clásicas. A sus veintiocho años ya atesora siete triunfos. Entre ellos, un Monumento logrado en la Milán–San Remo del 2020, que a punto estuvo de revivir esta temporada de haberse hecho con la París–Roubaix, después de una jornada memorable. Creo que un día le veremos cruzar la primera rueda en el famoso velódromo. Este año quedó segundo clasificado detrás del que se ha convertido en su nuevo compañero, Dylan Van Baarley, algo que invita a soñar e intuir que la reina de las clásicas tiene la consideración de objetivo irrenunciable para Wan Aet.
Si hay jornadas que merecen ser resucitadas, en este almanaque particular, son las que le hicieron merecedor, por unanimidad, de la distinción honorífica de “super combativo” en el último Tour de Francia. Difícil, por no decir imposible, olvidar tamaña exhibición. Las tres etapas parciales ejercen de insignias, cual laureadas de guerra, Una guerra que se ganó gracias en gran parte al trabajo de nuestro protagonista, a lo largo de las tres semanas francesas más espectaculares de los últimos años. Inevitable no sentir una especial ilusión al saber lo mucho que nos queda de Van Aert por vivir.
El ciclista del año.
La conclusión es que el belga es uno de los ciclistas del año. Su duelo moral con Van der Poel es una de las muchas suertes que hay en el ciclismo actual. Por el contrario, su media naranja ciclista no ha estado a la altura de las expectativas generadas en torno a su potencial y figura. Este 2022 ha sido el año Van Aert, la explosión definitiva de un ciclista de época.
No se ha terminado la serie de episodios que tienen a Van Aert como protagonista. Habrá muchos más. El 2023 se abre con un interrogante, con la duda existencial de si el belga apostará por una grande o seguirá desplegando esencias de ese tarro inagotable de talento por todo el calendario, por suerte de todos nosotros.