Hasta Lieja nada parecía funcionar. Siempre había alguna circunstancia, algún rival o algún maldito puerto que frustrara las enormes expectativas que indiscutiblemente acompañaban su figura. Su predisposición natural a los medios le había perjudicado más que ayudado, lo que, absurdamente, le había situado más en el centro de polémicas de baja intensidad que en titulares victoriosos.
Hasta que llegó el último domingo de abril. Con 257 kilómetros por delante dispuestos a engrosar una nueva historia a la Decana de las clásicas, con sus carreteras serpenteantes, sus once ascensiones y La Redoute de cima maestra para alcanzar el triunfo y la gloria.
Remco Evenepoel, el niño que iba para futbolista, corría en casa. En la industrial Valonia, con paisanos y con sus banderas, en la fiesta ciclista autóctona más longeva. Los adornos y la liturgia pertinentes decoraban una escenografía única, que además venía acompañada de un día radiante. La primavera en su máxima expresión se abría paso, como iba hacerlo el talento más vitoreado de los últimos años.
El joven ciclista rompía en mil pedazos la maldición que le había perseguido desde aquel infausto barranco lombardo, que amenazó con truncar una carrera destinada a la gloria. Arrancó de cuajo cualquier competencia y comenzó la exhibición de veintiocho kilómetros en solitario, desplegando todas las facultades que atesora la locomotora belga.
Ganar en casa y de aquella manera representó un significado mayúsculo y un efecto sanador. El desquite de La Redoute inauguró una era en el ciclismo. Las exageraciones y elucubraciones en torno a la promesa más esperada se convirtieron en realidades empíricas y contrastables. Y todavía nos quedaba lo mejor.
La Vuelta se convierte en su lanzadera definitiva.
España siempre le sentó bien a Remco. Tanto, que desde hace meses Evenepoel reside en Calpe y es fácil verle rodar por la costa alicantina con su maillot arco iris. Desde el inicio de la campaña tuvo muy claro que La Vuelta era su gran objetivo. Renunció a las primeras grandes vueltas, reservando para el final de la temporada la mejor pólvora. Volvió a ganar en la Clásica de San Sebastián, esta vez sin gestos ni adornos vanos, y figuraba en la segunda fila de aspirantes a ganar la ronda española.
Es tan joven que cualquier previsión puede ser superada, cualquier profecía puede ser cumplida.
Existían serias dudas acerca de su potencial frente a los grandes puertos. Se le veía más como el animador tipo Van Aert en el Tour que como candidato al triunfo. Su fracaso estrepitoso en aquel precipitado Giro de Italia pesaba como una losa a la hora de aventurar un triunfo total en La Vuelta. Sin embargo, desde la Contrarreloj por equipos de Utrecht, y especialmente, durante la primera semana, Remco Evenepoel selló su victoria. En Alicante, terminó de rematar rodando a 57 kms/h y marcando unas diferencias holgadas y suficientes para afrontar Sierra Nevada, La Pandera y todo lo que se avistaba en lontananza, con relativa tranquilidad y con la computadora mental de tiempos activada.
En la épica Navarreceda rompió a llorar cuando se materializó su primera grande. Hoy en día nadie duda que Evenepoel ganará muchas más. Algunos ya auguraron que el Giro 2023 está diseñado para él.
Roto el techo de cristal nada le frena para soñar con ganar todo cuanto se proponga. Así se vio en el pasado Mundial cuando volvió a brindar su última exhibición, la que le proclamó campeón del mundo.
Recientemente, Valverde le ha considerado el mejor del pelotón por delante de Pogacar. Quienes le conocen ven en él un talento desorbitante e irrefrenable. Es tan joven que cualquier predicción puede quedarse corta, cualquier previsión puede ser superada, cualquier profecía puede ser cumplida.