El rugido del nuevo León de Flandes

Al resto se les puso cara de gatitos ante el nuevo León de Flandes. Qué bárbaro. Qué hipérbole lo de Van der Poel en la última De Ronde van Vlananderen, traducción vernácula de la Vuelta a Flandes.

La mística de una atmósfera irrepetible envolvía la carrera que más gusta. Porque la clásica entre las clásicas, flamenca, con sus adoquines y banderas ondeando; sus leones rampantes rugiendo, muros, muchos muros, que solo pronunciarlos tienen sabor a ciclismo del bueno, adornadas de un gentío vociferante comiendo patatas fritas: es el Tour de Flandes, la clásica por excelencia.

Nada es comparable. Y después de lo presenciado, nadie puede compararse a Mathieu Van der Poel. Nieto e hijo de ciclistas, el pedigrí cuenta y pesa. Su áurea se agiganta con un maillot arco iris que luce como si de un frac se tratara. El culotte negro avisa al público que ha venido a ensuciarse, a morder el barro si es menester hacerlo. El león tiene hambre y quiere devorar una de sus piezas favoritas. 

El mundo lo descubrió en De Ronde, en plena pandemia. Estábamos todos en nuestras casas, confinados, y aquel sprint intercalado en dos secuencias magistrales nos alumbró al titán que asombra desde entonces. 

Van der Poel iza su bandera

Van der Poel es el campeón del mundo. Es un ciclista maduro, hecho, forjado y disfrutón. Atrae todas las miradas. Después de cuatro años en la élite ha comenzado su festín particular en lo que concierne a devorar récords. Tres triunfos en Flandes a su edad es un mérito, un honor que le pertenece. Los que le precedieron en su condición de flandersMagni, Buysse, Leman, Musseuw, Boonen o Cancellara– bajan la cabeza con respeto ante su paso por la historia. Este hombre apunta al cielo.

Los récords están para ser superados suelen afirmar quienes los ostentan. Este fenómeno ha venido a arrebatarlos, a devorar lo que se le ponga por delante. 

Alguno puede matizar que no tenía rival. No han corrido el Tour de Flandes. Que le pregunten a los Pedersen, Bettiol, Jorgensson o el mismo Ivan Cortina, que hizo un amago de buen ciclista entre Paterbeg y Koppenberg, hasta que los adoquines y el león de Van der Poel le despertaron de su sueño húmedo y del selfie imposible.

La escena de ver a los ciclistas subiendo a pie los muros y a Van der Poel volando con su bicicleta resume lo vivido.

Había llegado el momento que todos esperaban. El público enloquecido. El berg- muro en flamenco-  fue el de Koppen. La furia desatada convertida en una bicicleta en movimiento. La violencia combinada con la elegancia llevada al extremo físico. Los polos atraídos, gustándose y alcanzando la perfección.

Un arco iris vuelve a ganar en Flandes

Van der Poel se encamina hacia el éxito. Cada curva la traza con maestría, sacando rédito y ventaja a sus perseguidores. Solo queda la incógnita de conocer quién será el segundo en cruzar la meta. 

Como los clásicos Lousin Bobet,  Rik Van Looy o Eddy Merckx, Van der Poel cruza de arco iris la mítica meta de Oudenaarde. Suma tres victorias en cinco participaciones. Algún purista me tachará de sacrílego y acato la culpa. Ahí va mi atrevimiento: el Tour de Flandes es una carrera a la medida de Van der Poel. Como el Roland Garrons a Rafa Nadal. El nuevo León de Flandes la ganará tantas veces como quiera y pueda. 

Sobre Fernando Gilet

El Rutómetro de Fernando Gilet. Blog personal | IG @fernandogilet | Opinión, comentario y análisis de la actualidad ciclista de allí y de aquí con un toque muy personal.

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