Comentario del viernes 8 de noviembre en el espacio de El Rutómetro en TTdeporte en Es Radio 97.1
La conmoción es un sentimiento que nos pertenece, muy humano, como el don del raciocinio, del poder de decisión o el arrepentimiento.
Conmocionado y convulsionado por todo lo acontecido en la vecina y querida Valencia, después de una catástrofe de proporciones imaginadas e inimaginables, la decisión de la Liga de Tebas y sus afluentes consiguió que me quedara atónito.
Paso a explicarme. Arrigo Sacchi, el genio que destrozó al Real Madrid de la Quinta del Buitre con su defensa en zona y un fútbol táctico que representó un cambio de era en el deporte del balón, definía el fútbol como la cosa más importante de entre las cosas menos importantes.
La Liga de Tebas decidió continuar a pesar de la tragedia que se estaba viviendo en Valencia
Desde aquella noche infausta, en las horas más inciertas que la siguieron, lo más importante era estar con quien se tenía que estar: con las víctimas sufrientes en la distancia, o achicando agua quien tuviera la posibilidad y la generosidad de hacerlo. No huir como una rata o mirar a otro lado como si el drama no fuera con uno mismo.
Sin embargo, el fútbol de poltrona y puro, el de los mandatarios del deporte que se atribuye al pueblo, dieron la espalda a la tragedia y decidieron que la industria no parara, que el balón siguiera rodando.
Una historia que no es nueva.
Se repetía la historia del 11-M, el mayor atentado terrorista sucedido en Europa, en el que perdieron la vida ciento treinta y nueve personas. En Valencia llevan doscientos veinte, y se sigue la búsqueda de un número importante de desaparecidos. Nos acordamos del Newcastle-Mallorca, por hacerlo de un escenario que nos afectó directamente, o de la tragedia de Heysel, la final más vergonzante de la Copa de Europa, en la que perdieron la vida treinta y nueve aficionados a causa de las avalanchas asesinas.
Volvía a repetirse la ignominia. Con los fallecidos de cuerpo presente, la pelota no se paró. No la pararon quienes tenían la facultad de hacerlo. La historia se repetía. La industria no se detuvo ni con la muerte.
La industria tampoco paró en Heysel o en el atentado del 11M.
La dignidad del fútbol quedó reservada a gestos personales como la conmoción del Vicente Moreno, entrenador del Osasuna y vecino de la Horta Sud de Valencia, que, destrozado, se vio obligado por la industria del fútbol a comparecer en la rutinaria y forzada rueda de prensa, rompiendo a llorar desamparado.
O en declaraciones como la de Ancelotti, cuando afirmó que el fútbol era una fiesta y que cuando la familia está mal, esta debe parar. La noche de terror se había hecho presente en casi un centenar de poblaciones de España y la industria del fútbol no se paraba. Siguió facturando sus huevos de oro de macro granja.
No obstante, los pases y los goles no fueron iguales, las sonrisas eran huecas, los abrazos fueron fríos. Había mucha gente, pero las gradas estaban llenas de ausentes. La Liga no era una fiesta: se había convertido en el aquelarre del esperpento, en el drama de la indolencia de los insensibles.
Foto de portada: OK Diario