A falta de diez partidos y metidos en una espiral y dinámica de descenso, una derrota en Cornellà y con una parada de liga, un cambio de entrenador entraría en cualquier hoja de ruta de un director deportivo que debe hacer todo lo posible para salvar al equipo o, como mínimo, proponer soluciones. En el caso de Mallorca es Pablo Ortells quien, con el mismo cargo en Villarreal, vio como la propiedad destituyó a Luis García Plaza.
La diferencia entre aquella situación y la actual gira en torno a los máximos accionistas del club rojillos quienes, a día de hoy, no son gente de fútbol ni siquiera viven el día a día en persona como lo hace la familia Roig. Por no hacerlo, no estuvieron dueño ni presidente en Son Moix ante uno de los partidos grandes y días señalados, en esta ocasión con el Real Madrid, en los que apetece estar en el palco y, hasta ahora, no habían fallado.
El club da sensaciones de estar destruido por dentro y por fuera y nadie da la cara en esta crisis histórica.
Ausentes
Nada de nada. Ni antes, durante ni parece que después les ha interesado dejarse ver por la isla ni para vender en la previa su proyecto arquitectónico del nuevo Son Moix. Así como tampoco han aparecido para apoyar a sus futbolistas y entrenador ante un reto casi imposible. Ni el día después para analizar y tomar decisiones sobre el terreno.
Por vídeo conferencia no se puede dirigir una compañía de millones de euros. Pero todavía es más grave si se trata de un club de fútbol donde las sensaciones, estados de ánimo y entorno deben ser analizados y pueden ser clave para la toma de decisiones importantes como la de mantener o destituir al entrenador.
Inestabilidad
Desde su desembarco en Son Moix no he sido capaz de leer el modo de operar, dirigir el club ni sus movimientos, que nada tienen que ver con los modelos clásicos o incluso con los excéntricos de manejar un club de fútbol. Algo que no parece importar al aficionado que se conforma con que paguen las facturas. Ya sea en Primera, Segunda y, si se vuelve a dar el caso, en la nueva Primera RFEF.
La impresión que se ofrece de puertas hacia fuera es de inestabilidad. De no tener a alguien que pueda o quiera tomar decisiones. Desde la más insignificante hasta cambiar de entrenador. No existe un líder ni un ejecutivo con poderes absolutos que tome decisiones. Lo que se conoce como un mando único. Hoy cada departamento hace la guerra por su cuenta sin una hoja de ruta. Dando a entender un preocupante nivel de improvisación en la toma de decisiones.
Desconectados
El club ofrece sensaciones de estar destruido por dentro y por fuera. De que se dirige a golpe de tweet y que el mensaje no se proyecta más allá de las redes sociales, que llegan a quien llegan. No existe un discurso ni un referente con cara y ojos al que escuchar exponer las intenciones de los que viven en Phoenix o San Diego.
Mientras esperamos a que alguien del club dé la cara en esta crisis histórica, creo que lo podemos hacer sentados cómodamente, habrá que conformarse con los tweets de los futbolistas y la SAD apelando al “sí de puede”, “seguimos todos juntos” y “siempre Mallorca”. Los mismos que, si descienden al equipo, se marcharán de rositas como siempre y ojo que, si este escenario ocurre, no sean los únicos que cojan las maletas y ‘si te he visto, no me acuerdo’.