Bestia incontenible, máquina despedazadora, titán de la naturaleza, fuerza del universo, demoledor, y una catarata innumerable de calificativos adornan el doblete que ha protagonizado Van der Poel en su semana de gloria.
Ganar en Flandes y en la París- Roubaix con apenas siete días de diferencia es un logro al alcance de muy pocos. Su padre avisaba hace semanas que le veía como nunca. El augurio paterno preconiza una primavera perfecta si el vástago prodigioso consigue la Amstel Gold y la Lieja.
Van der Poel rueda imparable a la conquista de todos los récords
Los éxitos alcanzados están adornados por cómo se ha hecho con ellos. Ganar en Roubaix después de una escapada de sesenta kilómetros es algo que muy pocos consiguieron. Hay que remontarse a 1994 con Andrei Tchmil para encontrar alguien capaz de hacer algo parecido. La velocidad es otro de los datos que logran el asombro.
Por segundo año consecutivo, se superó el récord, convirtiendo a la carrera en la más rápida de su longeva historia. Se rodó a una media de 47,8 km/h. Difícil imaginar que se puede mejorar.
Inexplicable es la historia de la gorra que lanza una espectadora al paso de Van der Poel. Ni el boicot frustrado de la señalada señora pudo detener al meteorito que lleva camino de detonar todos los récords en materia de clásicas.
Van der Poel cuenta seis monumentos, cinco sobre adoquines, igualando a leyendas como el “gitano” Van Vlameminck y acercándose al “tornado” Tom Boonen. Su juventud avala la idea de que un día ostentará la corona del Rey de las Clásicas. De momento, es el indiscutible rey de la primavera.