El percance Tomares con una Vuelta’22 en plena efervescencia, cuando se disponía a someter al líder y después vencedor Evenepoel a una semana de infarto, le obligó a frenar en seco, pasar por el quirófano y empezar de nuevo. El desenlace doloroso quedó para la posteridad. La imagen de Roglic ensangrentado, ayudándose de sus compañeros para cruzar la meta, dio la vuelta al mundo.
Los renacimientos de Roglic son variopintos. Es el ave fénix del ciclismo actual. El esloveno ha revivido tantas veces como se le ha sentenciado.
Lo decía Carlo Ancelotti hace pocos días: “la prensa es muy amiga de sentenciar”. Es habitual leer que si fulano está sentenciado, que si mengano sentencia a zutano. A Roglic le sentenciaron los tres.
El 2023 nos deja una Roglic pletórico, con más victorias y con un futuro ambicioso.
Al final de la temporada pasada se le comenzó a definir como un corredor en declive por razones de edad, si se le comparaba con las bestias pardas emergidas en los últimos años.
Roglic planteó con astucia el calendario del año. No es cuestión menor atinar en la planificación. Se autodescartó para el Tour. No fue sorpresa para la mayoría. En el primer triunfo de Vingegaard trabajó para el líder, por lo que cabía esperar una decisión así en alguien nacido para ganar.
La elección fue el Giro. Dejando en la recámara el cuarto asalto a la Vuelta. Roglic, como el resto de su equipo, empezó la temporada un poco más tarde lo normal y su retorno no pudo ser más brillante. Arrasó sin piedad en la carrera de los dos mares. Se hizo con el tridente de Neptuno con brillante superioridad. Ganó tres de las cinco etapas.
Hizo lo propio en la Volta Catalunya, convertida en entremés del Giro gracias a su duelo con Evenepoel. Su candidatura era unánime. Roglic había regresado mejor de lo imaginado. El enfrentamiento con Evenepoel, que abortó Tomares, reanimaba un Giro de Italia convertido en el tercer plato de unos años para acá.
Justicia poética en Monte di Lussari
Roglic partía como favorito en Fossone. Sin embargo, el foco principal se dirigía a Evenepoel, el adversario a batir. No importaba que fuera así. Se conoce la tendencia de Remco al protagonismo y a sus primeros destellos colosales. La clave era que la diferencia de tiempo fuera amortizable en la última y decisiva semana.
No fue necesario. Cuando todo el mundo se las prometía a favor de un Evenepoel imperator, los últimos coletazos mediáticos del Covid tumbaron al belga. Roglic se quedaba solo. Geraint Thomas se convertía en el último escollo, descontando las caídas y una metereología infernal.
La victoria in extremis en la última crono escalada del Giro de Italia le devolvió lo que el Tour de Francia le arrebató.
Monte Lussari hizo justicia poética. El Tour que perdió en el último suspiro reapareció en forma de Giro. Lo que el ciclismo le quitó con crueldad, se lo devolvió en aquellas crueles rampas del 22%. Esta vez salió cara. Roglic vestía de rosa el día más importante, el día que no termina. Su nombre ya figura entre los ganadores del Giro de Italia
La Vuelta, final y principio de una historia
Refugiado en los cuarteles de verano, no supimos de él hasta poco antes de comenzar la Vuelta. Ganó con solvencia la Vuelta a Burgos, regresando a su carrera fetiche con la compañía inquietante de Vingegaard, y de un tapado Sepp Kuss, fiel lugarteniente de los grandes éxitos de ambos.
El Jumbo arrasó en España. Roglic ganó en las etapas más duras, en Xorret de Cati y en el Angliru. Subió al podio de Cibeles, sin embargo, no en el escalón pretendido. La sincera felicidad por su compañero reñía con un sentimiento íntimo. Una historia llamaba a su final.
Llegaba el momento de empezar de nuevo, renacer con una nueva piel, y volver a resurgir para recuperar un sueño tan difícil como factible, si hablamos de Roglic: el Tour de Francia.