En 1993, François Mitterrand impuso la Legión de Honor a Miguel Indurain por su condición de pentacampeón del Tour de Francia. Empiezo y empleo esa referencia para no confundir al lector con la verdadera intención de este artículo, que pretende evitar caer en la socorrida rivalidad entre franceses y españoles. Cierto es que, entre países vecinos, siempre se encuentran piques y agravios que echarse a la cara. Pero no, no pretendo adentrarme en una crítica fácil del conocido chauvinismo francés; aunque, por la obstinación de algunos franceses con nuestro campeón, será tarea complicada no deslizarse por esas cañadas.
La semana empezaba con la tentación atávica de interpretar las opiniones de una parte del pelotón francés a Rafa Nadal, como el agravio envidioso del país vecino a una nueva gesta en suelo francés de nuestro deportista.
Someterse a infiltraciones provocó la duda de ciclistas franceses y del presidente de la UCI, David Lappartient.
El decimocuarto Roland Garros de Nadal había vuelto a rendir a todas las portadas del mundo ante la nueva proeza del tenista español. El haberlo logrado con un pie lesionado, obligado a someterse a infiltraciones, provocó la duda en algunos ciclistas franceses, e incluso en el mismísimo presidente de la UCI, el también francés, David Lappartient.
El trasfondo de los sibilinos comentarios que vertieron Thibeau Pinot y Guilaume Martin contra el tenista podría encontrar su coartada en la exigencia en la que viven sometidos los ciclistas, quienes deben dar cuenta en todo momento del lugar en el que se encuentran, además de tener restringidos infinidad de recursos que, en otros deportes, no se contemplan como un puente al posible dopaje.
Pero más allá de interpretaciones, los comentarios de soslayo estaban completamente fuera de lugar. Pinot y Martin hicieron de guiñoles, como aquellos que en el 2012 recurrieron al chiste malo de sembrar absurdas sospechas sobre Nadal. Un manoseado asunto que, por reiterado, cabe calificar de obsesivo por parte de algunos personajes destacados de la sociedad francesa. Sobre todo, si tenemos en cuenta. la reincidencia en un comportamiento similar que ya motivó una sentencia condenatoria para la ministra Bachelot, por sus calumnias y difamaciones al tenista mallorquín.
La era dorada del dopaje en el ciclismo internacional fue la década de los 90 y principios de los 2000, con casos tan sonados como el Escándalo Festina en el Tour de 1998 o, más adelante, las sanciones que se le impusieron a Lance Armstrong, desposeyéndole de sus siete triunfos en el Tour de Francia. Desde entonces, la UCI y todo el ciclismo inició una necesaria y titánica cruzada en pro de la limpieza en dicho deporte, una decisión en la que se jugaba la propia supervivencia de este legendario deporte.
Los franceses saben mucho de dopaje. Lo sufrieron en sus propias carnes. Por eso entiendo todavía menos esta absurda tendencia a verter insidias sin fundamento sobre el tenista, antes de reconocer la grandeza personal y deportiva de Rafa Nadal.
Al final, aflora la verdad. Y como a Indurain, no tardarán en reconocerle con la Legión de Honor y lo que haga falta, algo a lo que no aspiran ni pueden hacerlo Guillaume Martin ni Thibeau Pinot. Si alguien ha elevado la “grandeur” del Roland Garros, y con ello de Francia, es este Hércules, con mayúscula, llamado Rafa Nadal.
Dauphiné y Movistar
Entretanto, se viene disputando el critérium que es antesala del Tour de Francia. En ella Wout Van Aert ejerce como dominador y protagonista casi a diario. De una forma u otra, el belga está mostrándose como lo que es; un campeón con todas las letras. Quien cuenta las caídas por carreras es Enric Mas. En horas bajas se encuentran los telefónicos, entre sustos y sequía de éxitos. La amenaza del descenso a la segunda categoría se cierne como un buitre leonado sobre los de Unzúe. Necesitan tener a Mas entre los mejores. Está en juego mucho más que el Tour. La ronda francesa y La Vuelta serán determinantes para el futuro de muchos de sus ciclistas y para el propio equipo. Un motivo más para mantener las expectativas bien despiertas y no caer en la siesta veraniega, algo que me invita a parafrasear a uno de los protagonistas anteriores, cuando escribe en su libro Sócrates en bicicleta, de la incertidumbre vive el Tour de Francia.