Hay que darle tiempo al tiempo para que ocurra una desgracia importante y con gran repercusión mediática a nivel nacional, para que la RFEF y su comité de árbitros tomen en serio el problema que sufren los colegiados del fútbol de ca nostra. Los propios árbitros son incapaces de que sus denuncias de agresiones físicas, insultos y menosprecios tengan recorrido en los estamentos que deberían protegerles.
El colectivo, en líneas generales, es cobarde y sumiso a sus jefes. Estos son los que les ascienden y descienden, consiguiendo con ello mantener un control sobre la mayoría que busca promocionarse o no perder un ingreso extra. Los rebeldes son rápidamente señalados por Riera Morro y su junta directiva, siempre bajo la atenta mirada del gran jefe Miquel Bestard.
Hasta que los árbitros no cumplan con su amenaza de ir a la huelga, su imagen es la de un colectivo desunido.
Coaccionados
La consigna desde la cúpula es la de callar, poner la otra mejilla y seguir arbitrando. Hasta que los árbitros de regional y fútbol base no demuestran valentía y cumplan con su amenaza de ir a la huelga, que nunca se ejecuta por miedo a las represalias de sus propias organizaciones, su imagen es de un grupo desunido y cobarde.
Son malos tiempos para los de negro. La sociedad anda muy crispada. La violencia está a la orden del día y esta situación ha ayudado a que, de nuevo y después de un tiempo de paz, hoy la agresividad de aficionados, padres y madres se haya reavivado en los campos del futbol de ca nostra desde prebenjamines hasta la Tercera División.
Atmósfera tóxica
Los árbitros tienen mucho que criticar del entorno con el que se encuentran. Es inconcebible que en los bares de los campos corra el alcohol. Por encima de cualquier otra consideración, es deplorable la falta de valores y educación que ayudaría a tener una atmósfera menos tóxica. Los bares y cafeterías de los clubes, unos explotados por concesiones otorgadas por los directivos y otros por los ayuntamientos, son todo menos locales sociales.
Allí deberían fomentarse iniciativas y eventos vinculados al fútbol y a sus practicantes en sus diferentes edades, como conferencias, clínics y programas educacionales en el deporte para padres y niños. Fomentar la convivencia entre jugadores adversarios antes y después de los partidos y siempre contando con los árbitros. Pero la realidad es muy diferente.
Crisis de valores
Las únicas charlas que se ven en estos locales sociales es con un gin tonic en la mano. Un pobre ejemplo de cara a los más pequeños que ven, además, como durante los partidos sus propios padres y los de sus compañeros de equipo insultan, como mal menor al árbitro. Esta nueva oleada de violencia en el fútbol local no se soluciona con un comunicado de la FFIB, como ha sucedido en las últimas horas.
Se debe actuar con contundencia por todas las partes. Comenzando por los clubes, quienes deben controlar y educar, incluso expulsar, a los personajes conflictivos que perjudican a los menores y a la imagen del club. Sería una señal clara, por parte de los árbitros, que parasen y paralizaran el fútbol balear para decir basta a la violencia verbal, física y psicológica que sufren. Pero, para ello, hay que ser valiente y solidario, pero el colectivo arbitral, en su mayoría es cobarde y sumiso al poder. El fútbol de ca nostra está en crisis deportiva y de valores.