El Ómicron nos devuelve términos que nunca se fueron: restricciones, confinamientos, cierre de fronteras; palabras que me traen el recuerdo del serial que dediqué a leyendas del ciclismo, en aquellos días de encierro doméstico. Aprovechando el barbecho ciclista, mientras los equipos empiezan a reactivarse y a echar los primeros kilómetros, retomo aquella serie inconclusa con un personaje ambivalente, que combina glamur sesentero, con enigma y extravagancia indecorosas.
Monsieur Crono
Jacques Anquetil toma el relevo de los mitos de la posguerra. Si aquellos eran campeones de hierro y acero, el francés aporta la armonía de la paz de los maravillosos años sesenta. Personifica la elegancia del ciclista. Esbelto, fino, educado, bon vivant, gourmet, locuaz, distinguido, Monsieur Crono es el capo de la época. La historia perfecta se completa con un antagonista de literatura, Raymond Poulidor, francés de Lemosín, pero muy diferente en la carretera y en su carácter.
Ambos conquistaron la Galia, amores y fortuna. Pero nunca alcanzaron algo tan inmaterial e inabarcable que no le encuentro definición.
El eterno segundón. Siempre detrás del ganador. En el duelo deportivo, siempre gana Anquetil; pero en popularidad y afecto, lo hace por una minutada, el cercano y sencillo Poupou. En los últimos días de vida, en el lecho de muerte, atacado por un repentino y veloz cáncer de estómago, el altivo campeón le regaló una última dedicatoria, llena de sorna y significado, en una visita de amistad que le hizo Poupou, su siempre vencido rival: “Hasta en esto te he ganado”, le espetó el moribundo campeón.
Paradojas
Francia mantiene su idilio más triunfal en su carrera más amada. Son los años de la “grandeur”. En cierto modo, el país vecino vive aún la nostalgia de aquellos años de hegemonía ciclista. Después de Bobet, llegó un rubio de porte aristocrático, pero que es hijo de albañil. Anquetil ganó cinco veces el Tour de Francia, dos el Giro de Italia, y una Vuelta a España. También Lieja, la Dauphiné Libéré o la Burdeos-París y muchas más carreras. Encadena tantas victorias como halagos. “Hace sonar la Marsellesa en el extranjero”, proclamó enfático otro héroe nacional, de Gaulle.
Pero estos piropos institucionales no vienen acompañados con el calor del pueblo. La soberbia superioridad de Anquetil no empatiza con el aficionado como hacen algunos de sus rivales, también grandes ciclistas. Es la paradoja de la vida. Extrapolando la situación, aquí se encarna el dicho de que el dinero, la fama, no dan la felicidad. Es lo que le pasa a Maitre, como también se le conoce. Nunca lo comprenderá. Ganando con tanta superioridad no se le quiere como desearía. A tan gran campeón le falta la épica de Gaul o el tesón de Bobet, pero, sobre todo, el empático realismo del que siempre queda segundo, del que se cae, del que recomienza, del que expresa el sufrimiento de la vida en su rostro. De Poulidor. Su sombra en la historia.
Controversia
Una historia que no termina en el arco de meta ni con su retirada. Sus conquistas no finalizan con el ciclismo. Su magnetismo personal y atracción por las mujeres le convierten en un seductor implacable. El primer golpe y escándalo lo da de joven, cuando le roba la mujer a su médico. No sufre la persecución que tuvo su homólogo Fausto Copi por su relación adúltera con la Dama Blanca, pero el estruendo mediático sí que está a la par. Será el primero de otros tantos episodios amorosos que encuentran el escenario perfecto en un castillo normando, de nombre Les Elfes.
Las victorias deportivas son sustituidas por fiestas que duran tres días, corre el champán, pero hay algo que también corre por la cabeza de Anquetil. No es feliz. Quiere un hijo y su esposa no se lo da. Años más tarde, su hija Sophie desvelará en un polémico libro como aquel castillo acabó convertido en un harén. Al cumplir dieciocho años, Annie, la hija de su esposa Janine, se aviene a mantener un triángulo amoroso que permitirá que el orgulloso campeón consiga su trofeo más perseguido. Tendrá su descendencia en Sophie, la hija-nieta de Anquetil, que tuvo dos madres y con las que alternaba como si de un sultán se tratara.
Pero no acaba aquí la vida de serie de Netflix de este francés, tan espléndido deportivamente como déspota y egoísta con las víctimas que caían rendidas, abducidas por un inequívoco encanto personal. Insatisfecho e inconformista, acaba robándole la mujer a su hijastro, sustituyendo el trío amoral con un nuevo y postrero escándalo. Este tórrido romance le dará un hijo varón que será el precursor del final de sus días. La historia de un mito endiosado con alta carga de flaqueza humana. Del único campeón que va siempre acompañado de su segundo. De la reencarnación de Julio Cesar en bicicleta. Ambos conquistaron la Galia, amores y fortuna. Pero nunca alcanzaron algo tan inmaterial e inabarcable que no le encuentro definición. Que cada uno la busque.