¿Ha roto la maldición del arco iris el francés Alaphilippe? Se ha escrito y mucho acerca de la maldición del maillot más hermoso del ciclismo al que se le atribuye un error de partida. Las cinco franjas no son las del arco iris como mundialmente se le conoce, en realidad representan a los cinco continentes.
Mientras Alaphilippe orgulloso levantaba los brazos, Roglic le birlaba en Lieja el triunfo en un suspiro.
Confiado
Pero volvamos con Julien. El francés tuvo su maldición particular en aquella celebración precipitada de Lieja. Una foto que le acompañará de por vida cuando, mientras orgulloso levantaba los brazos, Roglic le birlaba el triunfo en un suspiro. Después, una caída en Flandes le hizo perderse gran parte de la temporada. Solo el triunfo de etapa en el Tour de Francia suaviza un año que podríamos definir de más raro que maldito para Alaphilippe, a falta de saber lo que pasará en Flandes.
Destino fatal
Hay tragedias como las del belga Monseré, fallecido tan joven, que solo le dio tiempo de ser campeón, y cuya tragedia se revivió pocos años después con la muerte de su pequeño, con la cruel coincidencia de que ambos fueron atropellados uniformados de arco iris. Antes fue Ockers en el Velódromo de Amberes, Simpson en el Mount Ventoux, Dhaenens… Isaac Gálvez el último con destino fatal en los Seis días de Gante. Son los dramas fatales que abonan la teoría de la maldición.
Sospechas
Hay excepciones. Merckx, Hinault, Lemond, Cavendish, Sagan desmintieron la leyenda. Se hartaron de ganar. Hay otros que por su fatalidad deportiva soliviantan la sospecha con temporadas en blanco o casi inéditas. Vacas sagradas como Zoetemelk, Musseuw, Armstrong, Leblanc o el propio Valverde son buenos ejemplos. O casos en los que se cruza la lesión, como al irlandés Roche. U otros como Freiré a los que les ha perseguido la duda de su honestidad en tiempos revueltos, sospechas desmentidas hasta la saciedad; ciclista maltratado que tuvo que acostumbrarse a esa carga y a la de ser el portador del Maillot más precioso y maldito hasta en tres ocasiones distintas. Un bravo por el cántabro, todavía muy poco reconocido en nuestro país.
