Comienza el Giro de Italia, la carrera más ciclista de todas en boca de sus protagonistas. Analizados los veintiún días de carrera, se percibe con notable claridad el influjo italiano. Se respeta mucho los cánones de la tradición conceptual en el recorrido, con una rebaja sustancial en su dureza habitual.
Se detecta la influencia actual en la longitud de las algunas etapas – cortas pero intensas – encontrando en la decimoquinta la versión antagónica de los tiempos modernos. La quince nos rememora el ciclismo añejo y perdido gracias una maratoniana jornada de 222 kms y 5.400 metros de desnivel, con el Passo de Eira como referente.
Un inicio intenso
Arranca el Giro con dos etapas exigentes que difícilmente acabarán al sprint. El organizador parece pretender que el líder que salga del Santuario de Oropa retenga la maglia rosa a lo largo de la primera semana.
A partir del primer lunes, desde Novara, la cuna del rissotto y de la gorgonzola, hasta llegar a saborear el típico pesto de la marinera Génova, el pelotón se abonará a dar una oportunidad para que los velocistas tengan su chance. Algo poco habitual en los últimos Tours y La Vuelta.
Habrá que esperar al domingo de la segunda semana para encontrar la etapa reina, con el Passo de Eira de protagonista.
Encontramos dos contrarrelojs algo más largas de lo que se acostumbra. Es evidente la apuesta firme del organizador. Treinta y dos kilómetros tiene la primera entrega con final en Perugia. Destaca su final con la subida a Casaglia, más de seis kilómetros con desniveles que oscilan entre el 12 y el 16%.
La segunda contrarreloj individual casi calca la distancia de la primera y se disputará en el corazón de un territorio fascinante, donde el verde de las colina Morénica del Garda presiden naturaleza, historia, pasado y modernidad: una síntesis de lo que representa el Giro.
Artillería pesada para el final de la batalla
Nuevamente, el Giro de este año reserva toda la artillería a la última semana. Después de la paliza del Passo di Eira, con una etapa de alta montaña de pavor; transcurrido el segundo día de descanso, el pelotón se reactiva con el Stelvio – cima Coppi- y un final en el Santa Cristina. Otros cuatro mil metros de desnivel y más de doscientos kilómetros para las piernas.
Un Giro menos exigente que otros años convierte a los ciclistas y su animosidad en la gran baza para el espectáculo.
Los Dolomitas hacen acto de presencia al día siguiente. El imponente castillo de Wolkenstein, en pleno Tirol del sur, está llamado a decirnos algo definitivo en esta edición. Si queda alguna duda, será el Monte Grappa en los Dolomitas de Bellemo, en la penúltima etapa, el que nos despejará la última incógnita.
Conclusiones
Un Giro siempre impone. Veo una carrera menos exigente a lo que nos tiene acostumbrado la “corsa rosa“. Cabe el riesgo de verlo acabar convertido en un monólogo del máximo favorito, Tadej Pogacar, a tenor de su antecedentes más recientes. Aparenta ser un recorrido muy previsible para todos, ciclistas y aficionados.
Sin embargo, nos queda la esperanza de la conocida expresión que afirma aquello de que las carreras las hacen los ciclistas. Si estos quieren espectáculo, convertirán las previsiones en emociones, la monotonía en desparpajo y el tedio en espectáculo. A partir del sábado saldremos de dudas.